MATAR UN FUNCIONARIO
Matar
funcionarios puede parecer una propuesta algo dura a las mentes sensibles, pero
si con ello se soluciona la crisis habrá que hacerlo. La idea, por otra parte,
solo pretende llevar a sus últimas consecuencias la frase de una diputada
popular: “no basta con rebajar el sueldo a los funcionarios, sino que es
necesario eliminar empleo público, no queda otro remedio”. Bien, si no queda
otro remedio hágase. Al fin y al cabo los funcionarios, esa gente sin alma, han
seguido tomando café y leyendo el periódico, ajenos a los problemas del país. Además,
si se nos va la mano en el recorte, se puede remediar contratando a algún
familiar, amigo, o compañero de partido, que no sería la primera vez.
Sobran
funcionarios, ese es el mantra que de tanto repetirse se acepta ya como verdad
incuestionable. Pero el razonamiento no debiera quedarse ahí, porque si sobrasen
sería debido a que había más de los necesarios. Es decir, a que durante años se
habrían ido acumulando nuevas incorporaciones que no surgían por generación
espontanea. No te presentabas una mañana y encontrabas dos funcionarios más que,
al igual que los hongos, habían florecido por la noche. Alguien los contrató,
alguien con responsabilidad política en alguna de esa amalgama de Administraciones
que va desde entidades menores a ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones,
comunidades autónomas, empresas públicas, sociedades, fundaciones, agencias y
el Estado.
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