Cuando se mencionan las políticas activas de empleo, básicamente la formación y las bonificaciones a la contratación, siempre hay alguien que adopta el gesto de “ya están tirando el dinero o algo peor” junto con los que piensan que lo importante es cobrar el paro y que cuando la cosa se recupere ya volverán a trabajar en lo suyo. Lamentablemente, para muchos ya no habrá vuelta a “lo suyo”.
Entre 2000 y 2007, el 20% de los puestos de trabajo creados en España lo fueron en el sector de la Construcción. Con el fin de la burbuja la tasa de paro se ha duplicado y ahora afrontamos el reto de, sin abandonar ningún sector, diversificar nuestra economía. Sabemos, además, que la demanda interna no puede ser ya el principal motor de crecimiento, y que necesitamos potenciar las exportaciones. Pero el cambio estructural hacia las exportaciones será difícil y tomará tiempo principalmente porque la producción de muchos de esos bienes que debemos exportar requiere de mano de obra capacitada.
Surge así una primera realidad, demasiado enfrascados en las peleas sobre la subida o bajada mensual del paro, en muchos casos estacional, nos olvidamos del paro realmente importante: el estructural, aquel que seguiría existiendo cuando la recuperación, aún débil, se haga más fuerte.
Para entender en que consiste pensemos un ejemplo simple: contamos con muchos trabajadores capacitados en la construcción, pero de repente las familias piensan que sus casas ya son demasiado grandes y ahora quieren dotarlas de bienes manufacturados. Este es el paro estructural, el de los antiguos trabajadores de la construcción que no tendrían las habilidades necesarias para que esas empresas manufactureras les contraten. Además, al no disponer de los trabajadores capacitados que necesitan, estas industrias buscarían otros lugares donde ubicarse dificultando la reducción del paro.
Por ello, si no impulsamos decididamente mejoras en la formación tanto reglada como ocupacional, tanto dirigida a los que tienen un empleo como, y especialmente, a los desempleados podemos, en tres años, ver escasez de mano de obra, salarios más elevados y precios crecientes en sectores en expansión, acompañados de un alto desempleo en otras áreas de la economía.
Reforzar las políticas activas de empleo no es cuestión de más dinero, lo primero es reevaluarlas, ver cuales funcionan, eliminar las innecesarias y suplir carencias como la falta de personal de los servicios públicos de empleo. Reevaluarlas supone, por ejemplo, reorientar las bonificaciones a la contratación, porque no es necesario subvencionar la creación de puestos de trabajo que, de todas formas, se hubieran creado. Pero también se necesita preguntarnos qué le hubiera pasado a la persona que recibe esa acción, si no la hubieran recibido. Por ejemplo ¿mejoraría las posibilidades de empleo de un peón de 45 años recibir un curso de PowerPoint? Si la respuesta es no, no lo hagamos.
En resumen, entre las reformas que se están poniendo en marcha y las que se pondrán próximamente, ocupa un lugar central, la de las políticas activas de empleo, porque su misión es acortar el tiempo que una persona está desempleada, aumentar la productividad y por tanto la competitividad del país, atraer la inversión y evitar que la salida de la crisis se haga dejando atrás a parte de la sociedad y ampliando la brecha entre aquellos que desarrollarán empleos cualificados y bien remunerados y aquellos que por falta de capacitación seguirían alejados del mercado de trabajo.
Por Javier Menezo, secretario de Política Económica y Empleo del PSOE de Almería
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